Ecología interior
ECOLOGÍA : Relación que se da entre los seres vivos de una zona determinada y el medio en el que viven.
Diccionario de Oxford
Según esta definición, cualquier persona es ecológica, porque todas y todos, con mejor o peor destreza, tenemos una relación con nuestro medio. Vivimos en un medio externo, pero también poseemos un medio interno. Y siguiendo la máxima filosófica de Hermes Trismegisto, que se remonta al tiempo de los faraones, «como es adentro es afuera», por reflejo o por proyección. Lo que nos alimenta y cuida dentro de nosotros se trasladará al exterior.
Pues bien, si podemos vernos como un ser único e indivisible integrado al resto del universo, también somos un ecosistema. Es una idea que apuntó Alejandro Frank Hoeflich, físico nuclear, investigador, catedrático y académico mexicano: el ser humano se asemeja más a un ecosistema, por la gran diversidad microbiana que convive en el cuerpo humano.
El cuerpo humano como ecosistema
El cuerpo humano está ocupado por grandes conjuntos de microorganismos (conocidos comúnmente como microbioma) que han evolucionado junto a nuestra especie desde los primeros días de la humanidad. Tenemos en nuestro interior todo un universo donde las células no son las entidades más abundantes (¡sorpresa!). Los científicos han comenzado recientemente a cuantificar esta fauna y flora que nos habita y han descubierto que está compuesta por al menos 38 billones de bacterias.
Además del microbioma, se estima que existen más de 380 billones de virus viviendo dentro de nosotros, formando una comunidad que se conoce como el viroma humano. Las bacterias, virus, hongos y demás seres diminutos son parte de nosotros. Y son muchos los que desempeñan una función beneficiosa para nuestra salud: nos ayudan a digerir los alimentos, a sintetizar vitaminas y a mantener operativo el sistema inmunitario, entre otras cosas (más explicaciones en este artículo).
Como se describe en este otro artículo, uno de los órganos con más micropoblación es el colon, donde pueden vivir entre 1000 y 100 000 millones de microorganismos por centímetro cuadrado. Entre ellos, la Escherichia coli. Cuando coloniza algún alimento puede resultar letal —cepas mutantes de esta bacteria matan a cientos de miles de bebés al año en el mundo—, pero dentro del colon vive su versión más benévola, indispensable para que el cuerpo produzca nutrientes como el ácido fólico y otras vitaminas del grupo B.
Casi 200 variedades de microbios anaeróbicos forman una densa colonia en el intestino grueso, allá donde no llega el oxígeno, como si fuera un planeta a millones de kilómetros de nosotros. Pero también hay más «paisajes habitados» en los pulmones, en los ojos, en la boca, en la piel. Según la medicina china, poseemos continentes, que son los órganos y vísceras, con sus diferentes lenguajes y con mayor actividad según las horas del día y las estaciones del año. Y como si se tratara de estrategias geopolíticas, lo que cada uno de ellos hace repercute en los demás: un trastorno no percibido en un órgano determinado puede entonces aflorar como síntoma en otro órgano completamente distinto. Cada órgano se empareja con una entraña para formar una unidad indisoluble.
Al igual que el medio externo que nos rodea, nuestro ecosistema es capaz de adaptarse y cambiar según las condiciones que le proporcionemos, nuestra edad, sexo, etnia y genética. Un juego de dialécticas, de tiempos y espacios que debemos conocer y respetar.

Ecologismo por fuera y por dentro
No podemos limitarnos a decir que somos ecologistas sin saber lo que esta afirmación conlleva, pues tenemos una gran tendencia en esta sociedad a poner carteles simplistas a una realidad compleja, y a veces desconocida, sin haber reflexionado apenas sobre quiénes somos y qué estamos haciendo con nuestro entorno.
Y con esta ceguera avanzamos, suicidas, en nuestras decisiones enarbolando una bandera de ecologismo, que será de baratillo, si por un lado queremos defender la selva Amazónica con una simple firma en una plataforma digital, pero luego arrasamos nuestros «bosques internos» con el consumo excesivo, y a veces indiscriminado, de antibióticos (especialmente con los de amplio espectro) y otros medicamentos provocando un efecto cascada de extinción de los microscópicos seres beneficiosos y que, en ocasiones, no podremos volver a adquirir. Es lo que se denomina disbiosis, un desequilibrio de nuestros microorganismos que puede estar relacionado con diversas enfermedades, entre ellas la diabetes, la obesidad, las alergias o la intolerancia al gluten. Y aunque hay quien pueda decir que no tiene ese problema porque ha tomado pocos antibióticos en su vida, los habrá ingerido en el pollo o en las carnes rojas que consume por cuenta de la industria alimenticia convencional, que usa antibióticos para engordar a los animales.
Esta «esquizofrenia» continuará si envenenamos nuestros ríos internos (las venas y arterias) y los volvemos ácidos con comidas procesadas, azucaradas y desvitalizadas. Si nos empeñamos en contaminar nuestros pulmones con humo de tabaco, de tubo de escape o de chimeneas. Si encapotamos nuestro hermoso cielo de neuronas con pensamientos negativos y obsesivos. Si despolarizamos nuestro campo electromagnético con la miríada de radiaciones de magnitud extrema de antenas, wifi y móviles de última generación ¿Qué expectativas tenemos? ¿Qué futuro nos espera? ¿Qué es lo que queremos realmente?

Nuestro microbioma, parte de la Tierra
Nuestro microbioma forma parte de la Tierra que heredarán las próximas generaciones, porque los microbios núcleos (saludables o perjudiciales) de los progenitores (en particular, las madres) pasan a las hijas e hijos en el momento del parto y por medio de la leche materna.
Nuestro cerebro y nuestro corazón, de donde brotan nuestras ideas y anhelos más profundos, tomarán decisiones sobre todas estas cuestiones y para ello necesitan la energía y la coherencia que les proporciona el intestino. Ese intestino tan maltratado es el encargado de hallar la esencia más pura, más allá del bien y del mal. Su desequilibrio se expresa psíquicamente en la falta de capacidad para comprender y procesar las informaciones externas e internas que llegan al cerebro y que el corazón integra. Del intestino también depende el equilibrio hídrico de todo el cuerpo y el justo aprovechamiento de la energía a partir de los alimentos que ingerimos, a veces compulsivamente, siguiendo modas o dietas milagro, intoxicadas e intoxicados de pesticidas y aditivos o de rabia y tristeza.
No hay mayor revolución ecológica que la que empieza por una o uno mismo. Ya lo dijo también Ghandi, un planeta mejor es un sueño que empieza a realizarse cuando cada persona decide mejorarse a sí misma. Comienza por lo que comes, por lo que consumes, es el mayor activismo. No es necesario esperar a votar cada cuatro años delegando tu responsabilidad en los políticos. Con lo que comes o dejas de comer, con lo que vistes o dejas de vestir, emites un voto constante a diario indicando hacia dónde quieres que vayan las decisiones políticas, empresariales y sociales. Si te preocupa tu salud y la del planeta, sal del círculo vicioso y manipulador de la megaindustria alimenticia y farmacéutica.
Nuestra alimentación debe respetar el orden natural que ha dado origen a cómo somos y, si ha de cambiar algo, debería suceder en un arco de tiempo evolutivamente apropiado, algunas decenas de miles de años quizás. Todo lo contrario de lo que está pasando hoy en día a causa de la tecnología y de los métodos de producción actuales. Estamos asistiendo a cambios alimenticios radicales en menos de cien años; a veces, incluso, en cuestión de decenas de años, y ello solo puede generar desequilibrios graves.
El verdadero cambio, si se produce, tendrá que provenir de nuestro interior, de la conciencia de nuestra responsabilidad: si no arreglamos lo de dentro no podremos dar oportunidad a lo de fuera. Mi salud, tu salud, la salud de este planeta azul van de la mano.
Elena del Valle Garcés, naturópata.