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El coronavirus nos fuerza al decrecimiento

El coronavirus nos fuerza al decrecimiento

Escrito por en Mar 22, 2020 para Blog, Ecología, salud, testimonios

Ya lo habréis leído, el coronavirus, o más bien, la deceleración económica que se está imponiendo para controlar la epidemia, está siendo beneficiosa para el medio ambiente. Aquí tenéis las últimas cifras de Greenpeace España: los valores medios de dióxido de nitrógeno apenas han alcanzado el 40% del límite fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Unión Europea (UE).

Por supuesto, ya hay voces (las de siempre) que, temiendo las consecuencias económicas que la crisis del coronavirus va a provocar, pretenden resolverlas con medidas muy parecidas a las que aplicaron para «resolver» la crisis de 2008. O directamente dejando que mueran los más vulnerables, «for the greater good». Voces de las castas, que dan por sentado que las consecuencias de todo han de pagarlas siempre los mismos.

Afortunadamente, otras voces, como la de Ecologistas en Acción, están apostando por reforzar la sanidad pública y el gasto social en favor de los más vulnerables, a nivel individual, familiar, comunitario, empresarial, internacional…

Aquí tenéis, también, el manifiesto Frenemos la curva social, que todo el mundo puede firmar para pedir una salida de la crisis del coronavirus que tenga en cuenta todo lo que nuestros mayores nos ayudaron en el 2008, y que no caiga en los mismos errores económicos que se cometieron entonces.

A riesgo de parecer simplista o ingenua a más de uno, yo me alineo entre los que apuestan por aprovechar la oportunidad que nos da esta pandemia para entrar de lleno en la línea del decrecimiento y, como siempre, me voy a centrar en lo que podemos hacer la gente de a pie, porque eso me permite sentir y poner en práctica mi capacidad de acción.

Cultura popular, un modelo de decrecimiento a toda prueba

Hablando de nuestros mayores, hoy, vernos forzados a renunciar a nuestros viajes, o incluso a nuestros desplazamientos cotidianos (al trabajo, al colegio, a la compra, al cine, a tomar unas copas…) nos sorprende, nos inquieta, y nos da la risa tonta.

Sin embargo, nuestros abuelos –o bisabuelos, según la edad de cada cual– pasaban muchos momentos en los que se veían forzados a quedar aislados. Imaginad una granja en el Bierzo, por ejemplo, o en los montes de Soria, en pleno invierno, a principios del siglo XX. Las familias podían pasar meses subsistiendo únicamente con sus propios recursos. He conocido a gente de aquella época, de mi propia familia, que han sobrepasado los 100 años con una salud de hierro.

La recogida de las castañas. Valdefrancos, 1982
(cc) Gabriel Fdez. (Flickr.com)

De acuerdo, estamos en otra época y ya casi no quedan granjas de subsistencia en el campo. Pero incluso hoy, y en las ciudades, con unas cuantas bolsas de judías, lentejas, frutos secos, embutido, harina y agua del grifo podríamos vivir semanas sin necesidad de desvalijar ningún supermercado. Y no solo en tiempos de epidemia o de crisis, sino en cualquier momento.

En realidad, ese modelo de vida generó una cultura que guarda la sabiduría y la inteligencia de generaciones de gente pobre capaz de salir indemnes de muchas situaciones difíciles, incluso dramáticas: la cultura de las clases populares, tanto en los campos como en las ciudades, antes de que la revolución industrial se generalizara.

Coronavirus, decrecimiento, subsistencia… ¿negativo?

La gente vivía a escala de subsistencia. Ahora nos parece algo negativo, primitivo, una vuelta atrás. Está claro que volver a la economía de subsistencia es lo «peor» que puede sucederle a la sociedad de consumo como tal, o más bien a quienes más beneficio sacan de ella. Pero ¿qué hay de negativo en que cada cual asuma sus necesidades de una forma responsable con el ecosistema y solidaria con el resto de la sociedad?

Otra cuestión es cómo se articularía hoy a nivel colectivo, local, estatal y global esa mayor responsabilidad individual, aplicando reglas de solidaridad para evitar procesos de exclusión social o económica. Lo dejo a los economistas y politólogos.

Celebración 5º Aniversario Biolibere Agroplaza 5
Biolibere Agroplaza: una iniciativa popular de decrecimiento

Pero todo ello será imposible sin un cambio de mentalidad.

Revalorizar la cultura de los pobres

El juicio negativo de la cultura popular, la de los pobres, nos lo impone nuestra cultura actual, muy influida por los valores de confort, individualismo a ultranza, materialismo y opulencia. Un sistema burgués de valores que ha hecho que hayamos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades y de las de nuestro ecosistema hasta el punto de poner en grave peligro la supervivencia de la especie.

Recordemos también lo que decíamos en mi entrada anterior sobre los sistemas de valores, sobre el modo en que se concatenan todas sus piezas, condicionándose unas a otras y dificultando cualquier cambio de actitud.

No es cuestión de idealizar cualquier tiempo pasado tampoco. Lo que propongo es recuperar un sistema de valores y de comportamientos que funcionaba bien, era sano para la gente y para el planeta y lo sentimos nuestro, porque muchos de nosotros lo hemos vivido a través de seres muy queridos, como nuestros abuelos o quizás, incluso, nuestros propios padres en algunos lugares.

Recuerdo perfectamente cuando empecé a interesarme por la ecología y a querer cambiar mis hábitos y costumbres en consonancia. Cada comportamiento que «aprendía» me recordaba a mi abuela. El cambio fue facilísimo por esa razón: no tenía más que vivir como siempre la vi vivir a ella.

Mi abuela, con cuatro perras, cocinaba de maravilla, cosía y remendaba, sabía curar cualquier mal cotidiano con alimentos y remedios caseros, no tiraba nunca nada, se divertía cantando y bailando en las fiestas de barrio, hablando con las vecinas, paseando del brazo de mi abuelo, haciendo ganchillo o tomando un bocadillo en su playa de toda la vida.

Prácticamente no viajaba, creo que nunca salió de España. Cualquier cosa material le duraba años y años. Todavía tengo una camiseta suya de punto, de la marca Escorpión, que aún me pongo en verano. Murió de vejez a los 93 años (hace casi ya dos décadas) y, con muy poco, fue una persona fundamentalmente feliz.

Del confinamiento, al decrecimiento…

La sociedad de consumo caerá, con o sin coronavirus. Simplemente porque no se sostiene a sí misma. Aprovechemos la circunstancia actual para recordar otros modos más sensatos de vivir y de ser felices. E ignoremos a Lagarde, Johnson y compañía, que ya hemos visto para lo que sirven sus pavadas. 

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Créditos

Fotografía destacada, Carlos Gayo (cc) Los días de la Lluvia

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