Un buen plan para gestionar emociones (individuales y sociales)
Hay ciertas plantas por todos conocidas que ayudan a relajarse y a calmar estados moderados de ansiedad o nerviosismo. La melisa, la valeriana, la manzanilla, la tila, son algunas de ellas. Menos conocida por el gran público es la acción del magnesio y de las vitaminas del grupo B, y aún de otras plantas que actúan sobre el sistema nervioso indirectamente gracias a la eliminación de toxinas, como la bardana, la alcachofa, el cardo mariano o el desmodio. Un régimen alimenticio detoxificante sería pues un buen método para hacer bajar estados de ansiedad crónicos o semicrónicos, como tratamiento de fondo, combinado con plantas calmantes o medicamentos al efecto, si son indispensables.
Emociones, sentimientos y estados anímicos
Sin embargo, existen otros estados emocionales que nos afectan intensamente y no tienen forzosamente que ver con la ansiedad. Esta última está directamente relacionada con una de las seis emociones universales descubiertas por Darwin: el miedo. Las otras cinco son la alegría, la tristeza, la sorpresa, la cólera y el asco. Parecen muy básicas como para explicar la complejidad de los estados anímicos humanos. Sin embargo, son las seis emociones que se encuentran detrás de todos ellos.
La psicología cognitiva ha estudiado estas cuestiones y ha proporcionado una «clave de lectura» que está bastante admitida hoy en día: esas seis emociones básicas son las respuestas orgánicas de muchos animales a los estímulos del medio en el que viven. En el ser humano, debido a su tipo particular de inteligencia, se combinan con la interpretación que el cerebro hace de dichos estímulos, condicionada a su vez por la historia personal, los códigos sociales y, en suma, nuestra concepción global del mundo. Esa combinación de emoción básica –orgánica– y de interpretación cognitiva –mental– es lo que conocemos como sentimientos.
Evidentemente, la paleta de sentimientos humanos es muchísimo más amplia que la de las emociones, y mucho más difícil de gestionar. Cuando la duración de estos sentimientos –únicos o combinados– se alarga, hablamos de estados anímicos.
Como todos sabemos, los estados anímicos afectan a su vez a nuestro estado físico. Un sentimiento general de felicidad y plenitud nos hace sentirnos en forma y nos da energía. Por el contrario, un sentimiento de tristeza y de cólera reprimida que se prolonga terminará produciendo un síndrome de depresión, que puede afectar hasta funciones básicas como la digestión, la tensión sanguínea e incluso funciones cognitivas como la memoria o la atención.
Emociones sociales
Pero la cosa se complica todavía más. Porque hay emociones que no se quedan en el ámbito estrictamente individual. En ocasiones, son compartidas por toda una comunidad, o pueden «contagiarse» hasta alcanzar a todo un grupo de personas ligadas a un entorno determinado, sea este geográfico, político, afectivo, social o virtual. O todo a la vez, como es el caso de un país.

En Collioure (Carlos Gayo (CC) BY-SA-NC)
En realidad, la individualidad es casi una falacia. Pensar que «cada persona es un mundo» está muy lejos de la realidad, como la psicología social ha puesto de manifiesto. Hay aspectos de nuestra identidad que nos vienen del exterior, del medio y de la cultura en la que hemos nacido y que, por tanto, compartimos con muchas otras personas. Es como si todos tuviéramos una zona de nosotros mismos en intersección con quienes forman nuestro entorno, viven en el mismo contexto y se organizan bajo los mismos principios culturales y sociales.
Estas zonas de identidad compartida son extremadamente sensibles y, cuando se tocan, generan verdaderos tsunamis emocionales. Sirva de ejemplo el que estamos viviendo en España en estos momentos con la cuestión de la independencia de Cataluña.
Gestionar las emociones en general es ya complicado de por sí. Pero en esas zonas lo es todavía más. No hacerlo correctamente puede ser muy peligroso para una gran cantidad de gente: violencia, sufrimiento, crisis social, política y económica, riesgo de manipulación, toma de decisiones desacertadas que afectan a generaciones futuras…
En estos casos (y en muchos otros), de poco sirven hierbas o pastillas.
Técnicas de gestión emocional
Sin embargo, existen técnicas, algunas de ellas ancestrales, para aprender a gestionar correctamente todo tipo de emociones, incluidas las sociales. Os hablaré de las dos que me son más familiares y que practico asiduamente: el «awareness» (la conciencia, el «darse cuenta») de la Terapia Gestalt y el «Mindfulness».
En realidad, las dos son muy similares con respecto a lo que nos interesa aquí, y no es de extrañar, puesto que ambas corrientes tienen una gran influencia de las filosofías orientales y, más concretamente, de la meditación zen.
El mindfulness consiste en la práctica regular de un tipo de meditación en la elegimos el objeto de nuestra atención durante determinado lapso de tiempo: ese objeto puede –y suele ser– la respiración, las sensaciones corporales, los ruidos a nuestro alrededor, los pensamientos o emociones que nos van atravesando, tomando distancia de ellos, como un observador, sin dejar que nos invadan y sin identificarnos con ellos. Se trata en realidad de un entrenamiento mental que nos permite recrear ese estado meditativo durante algunos segundos cuando nos enfrentamos a acontecimientos que nos afectan emocionalmente, a fin de evitar las reacciones impulsivas.
El «awareness» de la Gestalt es un estado de conciencia que también ha de entrenarse y que puede activarse en cualquier circunstancia. Consiste en prestar atención a las sensaciones, emociones, sentimientos, necesidades, pensamientos, impulsos que nos atraviesan, permaneciendo al mismo tiempo atentos a lo que nos rodea, a fin de hacer consciente esa relación entre nuestro interior y nuestro exterior y, de nuevo, poder actuar según nuestro discernimiento y no según nuestros impulsos.
Gestión emocional, paso a paso
Imaginemos que se produce un acontecimiento que nos afecta. La emoción (no el sentimiento), por su naturaleza, se producirá casi de inmediato. Veamos los pasos que podemos dar para gestionar el proceso emocional y controlarlo:
- Me doy cuenta de que una emoción está generándose en mi interior (para esto es muy útil el entrenamiento en mindfulness o Gestalt que acabamos de describir). ¿Qué me hace sentir lo que acabo de escuchar/vivir/experimentar/leer…?
- Es posible que identifiquemos rápidamente la emoción y es posible que no. También es posible que algunos sentimientos o interpretaciones se disparen automáticamente, porque el acontecimiento en cuestión sea capaz de provocarlo (por ejemplo, si toca una convicción ideológica o identitaria muy arraigada o muy inconsciente).
- A continuación, lo ideal sería dirigir nuestra atención a nuestra respiración durante dos o tres inspiraciones y expiraciones como mínimo, y después observar nuestras sensaciones corporales. ¿Hay algún lugar de mi cuerpo donde la reacción emocional es más intensa? Por ejemplo, la garganta, el estómago, las piernas…
- Después podemos dirigir la atención a los pensamientos que nos van viniendo a la cabeza y «observarlos», en lugar de identificarnos con ellos o tomarlos como si fueran una realidad (solo están en mi cabeza). Esta es quizás la parte más difícil del proceso, y para esto también sirve el entrenamiento mindfulness/gestalt.
- Si con anterioridad no hemos podido identificar la emoción básica, podemos tratar de hacerlo ahora, con la pista de nuestro sentimiento o pensamiento. Cuando lo conseguimos, suele aparecer ya cierta sensación de alivio: reconocer la emoción básica supone una catarsis.
- Luego podemos seguir observando el flujo de nuestro pensamiento con la misma actitud desapegada, darme cuenta de si esos pensamientos me provocan una reacción positiva o negativa, o un juicio de valor.
- Después, puedo preguntarme si esa situación me está recordando otra, más antigua, en la que tuve la misma emoción (miedo, tristeza, etc…). Y dejar venir la emoción ligada a esa otra situación del pasado.
- Entonces puedo comenzar a reconocer las diferencias entre el pasado y el presente y quizás modificar mi interpretación de lo que está pasando ahora (ya libre de la interpretación inconsciente que estaba haciendo, basada en la experiencia pasada).
- Incluso en el caso en que no haya ninguna situación pasada asociada a la presente, siempre puedo buscar una interpretación alternativa de los hechos, aunque solo sea como forma de distanciarme de mi propio flujo de pensamiento o emoción.
- Después puedo centrarme en cómo responder a mis necesidades, quizás de forma creativa, buscando vías que no me eran accesibles mentalmente cuando todavía no había hecho consciente todo este proceso emocional.

Sobre la patria (Carlos Gayo (CC) BY-SA-NC)
Esta técnica de gestión emocional nos permite cuidarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean, y también actuar en lugar de reaccionar. Con lo cual, puede impedir que nos manipulen desde el exterior, algo que es habitual en el caso de emociones sociales fuertes. En caso de que sospechemos una manipulación, cabe plantearnos otras preguntas:
- Más allá de lo evidente, de los discursos oficiales, del discurso explícito: ¿qué puede ganar o qué está ganando tal o cual persona actuando como lo hace, diciendo lo que dice?
- ¿Cuáles serán las consecuencias directas de su modo de actuación?
Esas consecuencias directas son probablemente los fines que se persiguen, consciente o inconscientemente.
Créditos
Fotografía destacada: Tempestad, de Carlos Gayo (CC-BY-SA-NC), http://losdiasdelalluvia.blogspot.ch