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Nosotros y el clima (I) Las dificultades de una nueva revolución copernicana

Nosotros y el clima (I) Las dificultades de una nueva revolución copernicana

Escrito por en Dic 6, 2019 para Blog, Ecología

En esta entrada comenzamos una serie destinada a reflexionar sobre las dificultades del cambio de comportamientos que necesitamos para frenar el cambio climático. El concepto de “cambio conceptual” de la psicología cognitiva nos ayudará a comprender por qué es tan difícil.

Amigos de Biolíbere,

Ante todo, deseo felicitar a todas las socias y socios de Biolíbere, y a Lourdes y a Emilio en particular, por el extraordinario éxito del crowdfunding para la apertura del futuro supermercado cooperativo en Getafe. ¡Enhorabuena a todos!

Y ahora sí, os cuento que mi larga ausencia de este blog, que me es tan querido, se ha debido a unas cuantas turbulencias laborales y de salud (todo mezclado, como suelen venir estas cosas), que me han impedido dedicarle el tiempo que merece.

Mi conclusión tras este periodo de turbulencias personales: necesito un cambio.

Como todos, me diréis.

¿Por qué es tan difícil adaptarnos al cambio climático?

Lo sabemos. Estamos al borde del colapso climático y, sin embargo, nuestra inercia nos sigue conduciendo hacia el desastre.

Entonces, si está tan claro, ¿por qué nos cuesta tanto cambiar nuestros hábitos? ¿Por qué seguimos considerando una exageración o un extremismo buscar alternativas al papel higiénico no reciclado, o negarnos radicalmente a comprar productos envueltos en plástico, o vestirnos con ropa de segunda mano, o evitar el avión?

La toma de conciencia del cambio climático entraña lo que la psicología cognitiva denomina un «cambio conceptual», es decir, un cambio de «mentalidad», para entendernos.

Estos cambios son, por naturaleza, extremadamente lentos y complicados, no solo a nivel individual, sino, sobre todo, a nivel colectivo. Requieren que nuestro cerebro reorganice toda nuestra visión del mundo. Y resulta que nuestros hábitos están muy ligados tanto a esa visión del mundo como a la colectividad a la que pertenecemos.

En realidad, el cambio al que ahora nos enfrentamos es de naturaleza muy parecida a la de un cambio conceptual colectivo que parece muy alejado en la historia, y quizás no lo esté tanto: el paso del modelo geocéntrico al heliocéntrico del universo.

Analicémoslo un poco para ver esa similitud, y lo que representa.

Aprender de Copérnico y compañía

El primero que afirmó que la Tierra giraba alrededor del Sol fue Aristarco de Samos unos 200 años a. C., aunque Copérnico (1476-1543), al igual que todos sus contemporáneos, parece ignorarlo cuando reformula científicamente la teoría. En el siglo XVI, pues, todavía se creía firmemente que la Tierra era inmóvil y todo giraba en torno a ella. El hombre –y digo bien el hombre– era el «rey de la creación» divina, el centro del universo.

Copérnico postula que la Tierra gira sobre sí misma –dando una vuelta sobre su eje en 24 horas– y alrededor del Sol, al igual que los demás planetas, en un año. El eje terrestre, dice, oscila como el de un trompo. Además, su modelo establece el orden de los planetas y sus distancias respecto al Sol.

Curiosamente, los científicos de la época (salvo las bien conocidas excepciones de Galileo y Kepler) aceptaron todos los elementos de esta teoría, salvo el heliocentrismo.

De hecho, Copérnico retrasó la publicación oficial de su obra por miedo al rechazo, no solo de la Iglesia, sino también de la propia comunidad científica. Finalmente, De revolutionibus orbium coelestium se publicará el día de su muerte, 24 de mayo de 1543.

En 1588, el astrónomo danés Tycho Brahe postula una teoría «de compromiso», tremendamente reveladora del elemento de la teoría de Copérnico que generaba resistencia: el Sol gira alrededor de la Tierra, que es inmóvil, y todos los demás planetas giran alrededor del Sol.


Tres modelos sucesivos del universo: geocentrismo, modelo mixto de Brahe y heliocentrismo.

El modelo de Copérnico será censurado por la Iglesia en 1616 y Galileo, su firme defensor, condenado por un tribunal eclesiástico en 1633.

Habrá que esperar hasta finales del siglo XVII para que se alcance un consenso científico, gracias a la teoría de la mecánica celeste de Isaac Newton (1624 – 1727). Pero este acuerdo solo se produce en el Reino Unido, Francia, Holanda y Dinamarca. El resto de Europa mantendrá su posición anticopernicana todavía un siglo más.

Los libros de Copérnico y de Galileo se eliminarán del Index Librorum Prohibitorum en 1757, pero solo entre 1820 y 1830 la Iglesia Católica acepta definitivamente y por completo la idea de que la Tierra gira en torno al Sol.

¿Por qué un rechazo tal y un periodo de aceptación tan largo? La teoría tenía implicaciones profundas en todos los ámbitos del conocimiento humano. Por algo se habla de «revolución copernicana».

Con su modelo y, sobre todo, con el método científico mediante el cual lo había formulado, Copérnico liberaba a los pensadores de prejuicios relacionados con los dogmas de la Iglesia y, con ello, establecía una lucha de poder y de influencia entre la comunidad científica y la jerarquía católica.

De hecho, los teólogos comenzarán a cuestionarse el modo literal y dogmático en que interpretan los textos sagrados tras la confirmación de las tesis de Galileo sobre el movimiento de la Tierra. Esa interpretación, a su vez, condicionaba los hábitos y creencias de la inmensa mayoría de la población occidental.

Habrá que esperar hasta 1992 para que Juan Pablo II concluya las labores de la Comisión de Estudio de la controversia ptolomeo-copernicana, aludiendo a un «trágico malentendido».

De la teoría de Copérnico arranca pues un «cambio conceptual» de nuestra representación del universo que entraña también una evolución de nuestras ideas sobre el ser humano, sobre nosotros mismos, en suma, nuestras creencias, nuestras referencias… E hicieron falta tres siglos, para que ese cambio tuviera lugar en todas las capas de la sociedad humana.

El nuevo giro copernicano necesario

Las dos figuras siguientes muestran el paralelismo que puede establecerse entre la influencia en cascada que tuvo la toma de conciencia del heliocentrismo y la de la toma de conciencia del cambio climático.

Como vemos, ambos procesos suponen un cuestionamiento profundo que remueve los mismos cimientos de nuestro mundo.

En realidad, hoy nos enfrentamos a la necesidad de un cambio de paradigma casi tan brutal como lo fue la revolución copernicana: pasar de la idea de un planeta con recursos infinitos y del ser humano –en particular, el occidental– como ente superior, capaz de progresar también al infinito, a una representación de nuestro mundo en el que el ser humano ya no solo no es el centro del universo, sino tampoco del propio planeta que habita, que además se está agotando y en el que el ecosistema que nos sostiene podría desaparecer en un par de generaciones: algunos pensadores lo han llamado «Antropoceno».

Como en el siglo XVI, ese cambio de paradigma afecta al equilibrio –o desequilibrio– de poderes en el que se basa todo nuestro sistema de vida. Afecta también a nuestro sistema de valores, a nuestras jerarquías de clases, incluso de pueblos, y, finalmente, hasta a la imagen que tenemos de nosotros mismos. Y también, por supuesto, a nuestros hábitos y costumbres, y a lo que esos hábitos y costumbres representan socialmente, de lo que depende a su vez nuestra integración en la sociedad.

Por eso, muchos de nosotros hemos aceptado ya mentalmente esta nueva visión del planeta y de nuestra propia especie, pero, como Brahe en el siglo XVI, seguimos tratando de hacer trampas con la realidad cada vez que esa nueva concepción choca con cada uno de los demás puntos que conforman nuestro modelo mental de la realidad:

  • Vestir ropa usada no es elegante ni socialmente adecuado;
  • insinuar que deberíamos poner freno a la natalidad atenta contra la libertad individual;
  • una dieta sin carne se asocia a una carencia alimentaria;
  • no limpiarse con papel higiénico nos parece una falta de higiene;
  • tomar el tren para hacer más de 500 es una exageración.

Y, además, no tenemos tiempo de cultivar nuestra propia comida porque muchos de nosotros nos pasamos el día trabajando en un ordenador, haciendo tareas que sirven para bien poco salvo para ganar dinero, en un ambiente laboral insoportable, a más de una hora de camino de nuestro hogar. Pero no tener empleo remunerado es quizás uno de los peores estigmas de nuestro tiempo…

El cambio de paradigma sobre nuestro mundo y nuestra especie afecta a cada uno de los ámbitos de nuestra vida, a cada una de nuestras creencias, a cada uno de nuestros comportamientos y a nuestra forma de organizar nuestra realidad y de integrarnos en nuestra sociedad.

Por eso es tan difícil.

El problema es que no tenemos por delante tres siglos, como tenían Brahe y el Vaticano, para cambiar.

En próximas entradas reflexionaremos sobre estrategias para abordar este cambio de comportamiento de forma positiva y eficaz.

Foto de la entrada: Carlos Gayo

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