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Plantas silvestres: cuidarse con casi nada

Plantas silvestres: cuidarse con casi nada

Escrito por en Jul 1, 2021 para Actividades, Blog, Ecología, Nutrición, Ocio, salud, testimonios

Vivo en una zona rural y residencial de la Alta Saboya, a las faldas de una pequeña montaña prealpina protegida. La ciudad más cercana, a unos 5 km, no supera los 40.000 habitantes. Muy cerca está también Ginebra —ya en territorio suizo—, que no llega a los 200.000. Evidentemente, es por elección, y lo cuento porque puede creerse que el tipo de medio en el que se habita es importante para el tema que os propongo en esta entrada de blog, aunque, en realidad, no lo es tanto.

La cuestión es que desde hace algún tiempo me intereso por las plantas silvestres comestibles y estoy descubriendo todo un mundo, muy sorprendente para una persona como yo, nacida en una gran ciudad como Madrid, y que vivió su infancia y buena parte de su juventud durante unas décadas en las que se creía a pies juntillas en la industrialización, el crecimiento, el consumo y el «progreso».1

Redescubrir el campo y sus plantas

Vivíamos, en realidad, de espaldas al campo, y estábamos quebrando una transmisión de conocimientos sobre nuestro medio que había permitido la subsistencia de miles de generaciones humanas con perfecta sostenibilidad durante milenios.

No es que faltaran voces de alarma, muy al contrario. Algunas, incluso, tuvieron los altavoces necesarios para ser escuchadas por el gran público, tanto en la escena política como en los medios. Sin embargo, vencieron las del consumo, el «confort» y una cierta imagen estética y social, basada en valores y hábitos burgueses. Ya conocemos la historia.

No sé cuántas personas lograron evadirse de esos perniciosos dictados. Yo, solo a medias. Y lo que quiero contaros aquí es un redescubrimiento.

El pequeño valle en el que está situado mi pueblo, en el pasado mes de mayo

En esa zona rural en la que vivo, es fácil disfrutar de una casa con un pequeño jardín. Hace un par de años decidí lanzarme y realizar una pequeña huerta, con éxito relativo. La naturaleza impone ritmos de aprendizaje lentos, paciencia, observarla mucho hasta comprender la magia con la que actúa. Evidentemente, yo quería una huerta ecológica y, por supuesto, leí mucho al respecto. Aun así, en ciertos momentos no sé todavía si estoy haciendo un huerto o un criadero de caracoles.

Las buenas «malas hierbas»

Otros personajes que aparecieron rápidamente fueron las «malas hierbas». Yo ya tenía la mosca detrás de la oreja con respecto a ellas, pues una vecina que es farmacéutica me había comentado que no siempre las eliminaba, sino que llevaba años seleccionando aquellas que le parecían más interesantes.

Al comienzo me dije que mi vecina tenía suerte de tener esos conocimientos y que esa tarea, por mucho que me atrajera, quedaba fuera de mi alcance. Pero un poco más adelante descubrí la aplicación PlantNet, una suerte de wiki colaborativa para ayudar a la identificación de plantas, y comencé a jugar con ella.

Esta primavera, mi juego, unido a mucha observación, ha comenzado a dar algunos frutos.

Cuando la hierba empezó a crecer en el jardín, decidí dejar zonas sin cortar, para ver si se formaba una pequeña pradera donde las plantas autóctonas pudieran instalarse.

En apariencia, nada más que hierba

Además, al fondo del jardín había quedado un trozo de terreno baldío tras haber eliminado una parte del seto que «molestaba» a los cables eléctricos. El ayuntamiento nos exigía cada año la tala. Como se trataba de bambúes plantados por el antiguo propietario (una especie no autóctona y bastante invasiva), decidimos cortar por lo sano.

El caso es que, con la primavera, empezaron a aparecer preciosas flores y plantas, algunas más conocidas que otras, que os presento aquí, solo como testimonio de lo generosa que puede ser la naturaleza, a poco que la dejemos tranquila.





Otra maravilla que crece por todas partes es el plantago. Sus hojas, que pueden consumirse picadas en guisos o en tisana, frescas o secas, contienen un antihistamínico natural


En un par de casos, un pequeño esqueje o mata plantadas se han extendido casi sin cuidados por buena parte del jardín, como es el caso del hinojo silvestre y de la lavanda.



También estoy aprendiendo a identificar las plantas que crecen en los alrededores. Entre ellas, una de mis favoritas, el espino albar.



También cerquita de casa, la maravillosa aspérula olorosa (galium odoratum), con sus hojas en roseta y sus pequeñas flores blancas. Se utiliza para aromatizar bebidas y postres, aunque su secado plantea algunas dificultades

Un saber que recuperar y que valorizar

Todas estas plantas son muy fáciles de utilizar y cocinar, y crecen por doquier, por lo que su recolección no plantea problemas ecológicos. Hay muchas otras que no he logrado identificar todavía, pero con esta pequeña experiencia me doy cuenta de todo el saber que hemos perdido en tan poco tiempo. Un saber que poseía hace unas décadas cualquier persona del medio rural y que proporcionaba una buena dosis de autonomía alimentaria y sanitaria. Y, quien dice autonomía, dice libertad.

Es necesario recuperar esos conocimientos, conectar con aquellos de nuestros mayores que todavía los conservan, organizar actividades de valorización, observar mucho… Las aplicaciones como PlantNet pueden ser de ayuda, pero la identificación de las plantas requiere todos nuestros sentidos: el tacto, el olfato, el gusto… no basta con contrastar nuestra fotografía con las de otros usuarios, por buenas que sean.

Donde vivo, la Maison du Salève, un centro de actividades de valoración medioambiental, organiza estupendas excursiones de reconocimiento de plantas silvestres, e incluso de supervivencia en plena naturaleza, para aplicar lo aprendido.

En España, la asociación Flora Catalana, por ejemplo, está también promoviendo iniciativas locales para la conservación y valorización de este maravilloso recurso natural.

Lo que también estoy sintiendo es una profunda sensación de gratitud, un sentimiento de ser cuidada por el medio que me rodea, a poco que lo respete y que lo reconozca.

Podría pensarse que vivo en una zona privilegiada, pero no es el caso. La pequeña montaña del Petit Salève es de lo más banal… Y además, el milagro puede producirse en cualquier parte, incluida una maceta en un balcón. Basta con que haya un puñado de tierra, un poco de sol y unas gotas de agua.

Si la dejamos vivir, la naturaleza nos cuida allá donde estemos.


Créditos

Fotografías propias tomadas en mayo y junio de 2021 en el monte conocido como Petit Salève, Alta Saboya, Francia.

  1. Para quienes no me conozcan, emigré por razones económicas y personales a principios de los años noventa. Por mi profesión –me gano la vida como editora científica–, Lourdes y Emilio me pidieron que animara este blog cuando comenzaron con esta aventura del supermercado ecológico. Así que soy socia de Líbere desde su fundación, y lo que comenzó por amistad se ha convertido en mi modo de seguir conectada y comprometida con mi país de origen y con mi gente.

    1 Comentario

  1. ¡Qué bonito artículo! Doy fe de que si la dejas, la Naturaleza te da regalos. Después de «Filomena» la mayoría de mis plantas, entre ellas unas aromáticas, quedaron muertas. Eso parecía, porque han revivido y brotan con fuerza. No dejo de sorprenderme

    Lourdes López López

    16 julio, 2021

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